Microcuentos 2021 - Flipbook - Página 10
Dian
Como huillín
Los paseantes que dejaron atrás la alocada geografía humana del puerto de
Valparaíso y se arrimaron al estrecho margen donde salpica el viento con
agua y sal marina, han sido seducidos por el planeo del yeco, aquel pájaro
esquivo que vuela oculto en la bruma montado en plumajes negros. Felices
como niños observan boquiabiertos el rasante vuelo de los pelicanos
atravesando el ondeante paisaje. En formación ejemplar, parecen acariciar el
agua con el suave roce de sus alas. Sus vaharadas se funden con la bruma
otoñal. Y en el vendaval, si hay fortuna, cuando la marejada se hace intensa
por la tormenta, en salados gritos húmedos, la graciosa pericia del chungungo
es lo único que parecerán celebrar. Inmutable y solitario, a punta de
sacudones y malabares aparecerá y desaparecerá ante sus ojos. Diestro entre
la espuma y los duros roqueríos, como un náufrago hambriento de vida. Verle
en la rompiente estremece más que el frío.
Hay quien vio en él a un maestro de maestros. Su discípulo se hizo y se fue a
probar suerte sobre un lanchón en los humedales de Trumao y Quilacahuín.
Cambió el paisaje plano de calles y edificios donde habita la muerte, la
penuria del hambre y la indolencia, para, en las horas crepusculares, recorrer
las playas en busca de sus hermanos.
No conforme, por no hallar un solo huillín, siguió rumbo a Chiloé y desde allí
más al sur.
Cuando hubo pasado mucho tiempo, a orillas del mar dejó sus vestimentas,
caminó descalzo y se sumergió en las gélidas aguas, al calor de la incipiente
primavera. Su cuerpo desnudo tendió al sol sobre las rocas.