Microcuentos 2021 - Flipbook - Página 30
Baltazar "BalHerV" Hernández Vergara
El trotamundos
El sol caía ya en su crepúsculo, la luna comenzaba a brotar nuevamente en la
pista de su eterno baile al consiguiente de su compañero. A lo largo de un
prado, donde el silbido de los trigales era lo único que hacía presencia, uno de
sus más habituales espectadores de este dueto yacía posado en las yerbas. Su
grisácea cabellera oscilaba al son de los soplidos del viento, su traje,
compañero de tantos días, estaba quemado de estrellas al igual que su piel,
remarcando las grietas de la viejez. En las cercanías una silueta también
miraba el cielo, lo había admirado incontables veces y le seguía
sorprendiendo la inefable vista. Aquel trotamundos venía en busca del sereno
viejo, pero no encontraba el momento indicado para acercársele, no quería
interrumpir su instante. Asombro se llevó que el mismo señor unos minutos
después lo halló y le invitó a su pequeña choza de madera y barro. En el
camino el viejo le relató sus numerosos viajes y aventuras de su vida, el
trotamundos solo se limitó a escuchar, no era muy hablador, pero sí muy
atento y cuidadoso de cada nuevo amigo que hacía. Las historias que le
contaban se perdían en el aire, pero él las iba atesorando en cada viaje. Al
llegar a la posada, el viejo le ofreció una modesta cena de lo que quedaba en
su alacena. El viajero aunque era un veterano de la gastronomía degustando
comidas de todo lugar y época, el plato ofrecido por el señor no era de
subestimar. El viejo sabiendo que no quedaba mucho tiempo, sacó de un
polvoriento armario una guitarra, las grasosas cuerdas hacían lo posible por
mantenerse firmes a la madera, y con un tosco rasgueo comenzaron a vibrar.
El instrumento desplegó un chillido medio desafinado pero profundo de
sentimiento acompañado de versos, inundando toda la choza de la melodía.
El trotamundos melancólico se concentró en guardar en su memoria cada
segundo que pasaba hasta que finalizó la canción. El errante viajero luego de
escuchar los últimos rasgueos se incorporó y realizó un sutil gesto con su
mano hacia el guitarrista, un movimiento que no cualquiera dominaría, uno
que solo se lograría con milenios de experiencia, el viejo con júbilo lo
consintió. Partiendo así, el viaje de ellos hacia el escenario infinito del cosmos,
junto a la danza del sol y la luna.